16 Jan El Champorado De Mi Papá No Es “Auténtico”, y Eso Está Bien
Comentarios, Olivia Lozano
Una manera perfecta de destruir la autopercepción de un niño de 9 años es diciéndole que su champorado estaba mal hecho. Nadie te dice que eres una filipina cuando eres joven. Bueno, tus padres podrían, pero no tienes idea de lo que eso significa. Para un niño de 9 años eso solo significa que tienes que comer lechón en lugar de pavo en el Día de Acción de Gracias y que llames a la hermana de tu papá “tita” en lugar de “tía”.
Tu papá no te confiesa los traumas que tuvo al inmigrar a un país extranjero a la misma edad, así como ser obligado a aprender un nuevo idioma, adquirir una cultura ajena, ver personas blancas por primera vez y ser molestado por llevar almuerzos “apestosos” a la escuela. En todo esto, tampoco te dice que el “postre culinario especial” que les hace a ti y a tu hermana es, para algunos, una versión blasfema de un postre tradicional.
Entonces imagínate esto: estoy en la comida en la escuela primaria felizmente sin estar consciente de lo que sucedería. Para la comida, cada niño debía traer su propio platillo cultural favorito y compartirlo con su clase. Aquellos días siempre eran muy divertidos. Los maestros colocaban decoraciones y banderas de distintos países. Teníamos la tarde reservada para comer e impresionar a nuestros amigos con los alimentos. Hasta el día de hoy, no recuerdo qué llevé porque toda mi concentración y atención toda la tarde estuvo cuando supe que un postre filipino, que había crecido durante mi infancia, era en realidad una recreación fraudulenta.
Después de presentar mi comida, me sentía bastante bien conmigo misma. A todos les iba a encantar lo que mi mamá hizo porque ella era, de manera no oficial, “la mejor chef del mundo”.
Mi mamá es de Suiza y ella creció en una pequeña granja justo a las afueras de la ciudad capital de Berna. Ahí, ella se enseñó a sí misma cómo cocinar mientras sus padres y hermanos mayores estaban atendiendo a la granja durante 15 horas diarias. Cuando mi mamá supo que ella iba a criar a hijos mestizos, se propuso aprender recetas filipinas de la abuela de mi papá. Ella aprendió a hacer adobo de pollo, pancit y arroz caldo, entre otros. Ella resaltó la importancia de entender la cultura de cada uno, y la mejor manera de ella enseñarnos a ambas fue a través de la comida.
Después de sentarme, la atención se centró en Zachary, un compañero de clase filipino. Él estaba sonriendo, ansioso de revelar el delicioso poster debajo del papel aluminio. El aroma dulce de chocolate oscuro se esparció a lo largo del lugar. Nos quedamos boquiabiertos ante su intenso color marrón y su textura cremosa. ¿Qué podría ser esto? Y luego lo escuchamos: “Hoy, les comparto champorado, un postre filipino hecho por mi papá”. El papá de Zachary explicó cómo lo hizo utilizando arroz, chocolate, leche evaporada y azúcar.
Todos estaban hipnotizados excepto yo porque, sin que nadie lo supiese, estaba en un estado de conmoción. Esta información me cambió tanto la vida que estuve en silencio por el resto de la tarde. Lo que se suponía que iba a ser una comida agradable de cuarto grado, terminó siendo una confusa introducción a la conciencia cultural.
En comparación con mi mamá, mi papá es de manera no oficial “el peor chef de este mundo”. Aunque lo que él sí hace bien, es el champorado, o eso pensé. Con lo que yo había crecido conociendo como “champorado” era en realidad una representación de un perfil de un sabor inalcanzable, uno al que él no tenía acceso cuando creció en el Área de la Bahía. Su versión estaba hecha de avena instantánea, chocolate Nesquik en polvo, azúcar morena y leche en polvo Coffee-Mate. Todo lo que conocía, era su versión.
Entonces, ¡¿cómo se supone que iba a saber que llevaba arroz?! Zachary me entregó un tazón y me preguntó si ya lo había probado antes. Penosa, solo asentí con la cabeza y dije: “Sí, es mi favorito”. Metí la cuchara dentro del tazón y me llevé la avena cocida a la boca. El resultado fue un baile de sabores que llegó a todos los sentidos.
Experimentarlo por primera vez, formó una memoria imborrable en mi mente. No sé cómo explicarlo, pero ese momento formó una idea de que yo era diferente a los demás y de que, al ser filipina, estaba compartiendo la cultura con millones de personas que no conocía. También mi hizo sentir inferior por no saber mucho de la cultura o de nuestra comida como pensaba.
Años después, estaba por vivir más revelaciones, cuando en 2022, me enteré sobre la versión mexicana.
El champurrado mexicano (observa la diferencia ortográfica) es una bebida suave y de chocolate espeso hecho de masa de harina, piloncillo, chocolate mexicano, canela, extracto de vainilla y leche. La primera vez que lo probé fue cuando viajé a la Ciudad de México con mi pareja y desde entonces, he tenido antojo de eso todos los días.
La historia entre México y Filipinas está estrechamente entrelazada, y eso con frecuencia no está abiertamente discutido entre las culturas. Los dos fuimos colonizados por España y forzados a la religiosidad, estamos orientados hacia la familia, compartimos el idioma y la comida, e incluso algunos de nosotros compartimos los mismos apellidos.
México trajo el champurrado a través de los galeones de Manila. Con el tiempo, la receta se adoptó al país, pero la principal diferencia fueron los tipos de cereales utilizados.
El champorado filipino “real” no es avena con Nesquik, sino avena bastante sustanciosa y deliciosa, hecha de arroz glutinoso y chocolate tableado, ingredientes que mi papá no pudo conseguir cuando inmigró a los Estados Unidos en 1979.
Él no está solo. Es común para los inmigrantes que adapten sus recetas por necesidad cuando sus ingredientes tradicionales o regionales no están disponibles. El arroz glutinoso es uno de esos ingredientes. Un supermercado promedio en Estados Unidos durante la década de los 80 no iba a tener un “pasillo étnico” para eso.
La comida elaborada por los inmigrantes no debería ser tomada con un gran estándar de autenticidad cuando, en general, no hay una “correcta” manera de hacer la comida. Está bien que la comida se adapte a los ingredientes que se encuentran disponibles. Los restaurantes propiedad de inmigrantes en Estados Unidos, a veces enfrentan críticas sobre cómo el sabor de la comida no es “auténtico” en comparación de cómo es preparado en el país de origen. Rompe el corazón leer comentarios en Yelp de clientes quejándose de los cambios minúsculos hechos a un platillo en particular. En uno de esos comentarios, un curry tailandés fue calificado con 3 estrellas porque usaba albahaca genovesa en lugar de la albahaca tailandesa tradicional. La razón que sea del restaurante de haber hecho este cambio puede ser muy probablemente atribuido al hecho de que no había en ningún lugar cerca un supermercado o proveedor asiático.
Tengo una apreciación más fuerte sobre las dificultades que mi familia tuvo que aguantar cuando se mudó a los Estados Unidos e incluso un entendimiento más profundo de lo que ellos sacrificaron mientras se adaptaban.
A veces, veré a mi papá calentar sus pequeños tazones de avena, cuidadosamente agregando una cucharada sopera de Nesquik en polvo y azúcar morena. Su versión está hecha completamente de amor y un deseo inherente de conectarse con sus raíces. De manera muy sutil, me ha enseñado una lección de vida importante, la cual es hacer lo mejor con lo que tienes, incluso si no es perfecto. Cuando la vida te da avena instantánea, aún puedes hacer un champorado bastante dulce.
Este recurso cuenta con el apoyo total o parcial de fondos proporcionados por el Estado de California, administrados por la Biblioteca Estatal de California en asociación con el Departamento de Servicios Sociales de California y la Comisión de California sobre Asuntos de Asiáticos e Isleños del Pacífico como parte del programa Detengamos el Odio. Para denunciar un incidente de odio o un delito de odio y obtener apoyo, visita CA vs Hate.
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